martes, 18 de julio de 2017

 Despertar ya era lo bastante tortuoso como para tener que verse en el espejo. Se veía y veía grasa, sus grandes poros, ojeras. La palidez de su carne y cada pequeño detalle le revolvían el estómago y lo único que quería era regresar a la cama y cubrirse completamente. 
 El espejo era una pesadilla. Eran las miradas de amigos, viejos amores, familiares, los ojos de todos quienes alguna vez habían depositado su semilla para volverla insegura e infeliz. "Estás más gordita".
 La cama era el escape.
 Tomó un largo tiempo volver a sentir amor por ese montón de mierda a la que ella veía como su cuerpo. 
Un día, recostada en la cama, volvió a tocarse, después de muchos meses. Volvió a acariciar sus muslos, esos muslos rellenos que le causaban tanto asco, y su estómago, no tan chato como quisiera, sus senos. Siempre le habían gustado sus senos. Y sintió todo eso, y se acarició con amor.

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