Se miró las manos,
luego al cielo,
y a su izquierda el muerto,
y los zapatos rojos.
Contuvo el miedo,
el grito que quemaba,
atravesando su pecho,
llegando a su garganta.
Y tembló,
soltó el cuchillo,
se acercó al puente,
miró hacia el fondo.
Sin pensarlo dos veces,
con la culpa en la sien,
se impulsó despacio,
y se dejo caer.
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